La Generación Z, nacida entre mediados de los años 90 y principios de los 2010, representa un grupo único moldeado por la digitalización, la conciencia social y valores cambiantes. A diferencia de generaciones anteriores, su relación con el juego es multifacética y está profundamente influenciada por la integración tecnológica y la omnipresencia de las redes sociales. A medida que evolucionan sus hábitos, resulta crucial analizar los comportamientos subyacentes, los riesgos emergentes y el papel de la influencia online.
Los miembros de la Generación Z prefieren experiencias interactivas y basadas en habilidades antes que formas tradicionales como las tragamonedas o las apuestas deportivas. Este cambio se debe en parte a su crianza junto a los videojuegos, lo que los hace más receptivos a elementos gamificados como loot boxes, deportes de fantasía y apuestas en vivo. Estos formatos les ofrecen una sensación de control e inmersión que las formas clásicas de juego no brindan.
Además, la Generación Z se orienta mucho más al uso de dispositivos móviles. Prefieren aplicaciones con interfaces intuitivas, acceso inmediato y soluciones de pago integradas. La comodidad es clave, y hace tiempo que los sitios solo de escritorio dejaron de ser suficientes. Los operadores que descuidan la experiencia móvil están quedando fuera del radar.
Las criptomonedas también gozan de popularidad entre esta generación. Muchos usuarios de la Gen Z se sienten atraídos por el anonimato, la descentralización y la imagen futurista del juego con cripto. Sin embargo, esto también incrementa los riesgos debido a la falta de regulación y a la volatilidad de estas monedas digitales.
Las técnicas de gamificación, como los sistemas de recompensas, misiones diarias y niveles, ya no son solo características de juegos: se han vuelto esenciales en la experiencia de juego de la Generación Z. Estas mecánicas encajan con su crianza digital y aumentan la participación, pero también generan preocupaciones sobre comportamientos excesivos y riesgosos.
Los sitios que utilizan estas técnicas con responsabilidad pueden generar lealtad y confianza. No obstante, una implementación agresiva y sin límites claros puede empujar a los usuarios hacia patrones problemáticos. Encontrar un equilibrio entre el compromiso y la ética es ahora más importante que nunca.
Además, la línea entre juego y apuesta continúa difuminándose. En muchos casos, la Generación Z ni siquiera percibe las loot boxes o las apuestas con skins como juego de azar, a pesar de sus similitudes. Esta percepción errónea requiere regulación y educación más transparente para cerrar esa brecha.
Las redes sociales desempeñan un papel central en cómo la Generación Z percibe el juego. Influencers, streamers y tendencias virales normalizan el juego al presentarlo como una actividad entretenida o incluso aspiracional. Desde vídeos en TikTok mostrando grandes ganancias hasta transmisiones en vivo en YouTube, la exposición es constante y a menudo idealizada.
Esta exposición constante desensibiliza sutilmente a los usuarios frente a los riesgos involucrados. Los algoritmos promueven contenido con alto engagement, priorizando victorias extremas sin mostrar con igual intensidad las pérdidas inevitables. Esta falta de equilibrio contribuye a percepciones distorsionadas y expectativas poco realistas.
Además, el marketing de afiliados a través de influencers genera un conflicto de intereses. Muchos promotores reciben comisiones por las pérdidas de los usuarios referidos, lo que puede incentivar promociones irresponsables. La falta de transparencia deja a muchos seguidores sin conciencia de estos acuerdos.
La Generación Z considera a los influencers figuras confiables y cercanas, incluso más que a las celebridades. Cuando estos respaldan el juego, su influencia es significativa. Sus contenidos bien producidos y las historias emocionales hacen que sus mensajes sean especialmente persuasivos.
Este impacto se amplifica cuando se mezcla con contenido aspiracional: compras de lujo, viajes exóticos o eventos lujosos, presentados como logros gracias al juego. Estas narrativas, aunque atractivas, rara vez revelan el contexto completo ni los riesgos reales.
Ante esto, organismos reguladores en varios países europeos han comenzado a restringir la publicidad de juegos de azar a través de influencers. Cada vez hay mayor consenso en que estas promociones deben ser tan responsables como los anuncios tradicionales, especialmente cuando apuntan a públicos jóvenes.
La conectividad constante de la Generación Z y su exposición a contenido relacionado con el juego conllevan riesgos psicológicos. Los mecanismos de gratificación instantánea, como las ganancias o pérdidas rápidas, fomentan comportamientos compulsivos. Estudios realizados a principios de 2025 muestran un aumento notable en síntomas de juego problemático entre jóvenes, agravado por el estrés financiero y la presión de grupo.
La falta de educación financiera en este grupo agrava el problema. Muchos subestiman las consecuencias a largo plazo de las pérdidas, especialmente cuando usan criptomonedas o crédito. Esta desconexión con el dinero real puede reducir su percepción del daño económico.
Además, los daños derivados del juego suelen estar relacionados con la ansiedad, la depresión y otros trastornos de salud mental. Al buscar escape o emoción en el juego, se genera un círculo vicioso en el que las pérdidas intensifican el malestar emocional y motivan nuevas conductas riesgosas.
Para reducir estos riesgos, se requieren estrategias de prevención dirigidas especialmente a la Generación Z. Campañas educativas que reflejen sus valores —como la transparencia, la autonomía y el aprendizaje entre pares— son más efectivas que los enfoques tradicionales.
Las herramientas digitales como límites de gasto, monitores de actividad y funciones de autoexclusión deben no solo estar disponibles, sino ser promovidas activamente. Su integración directa en la experiencia del usuario puede normalizar el juego responsable.
Por último, es clave la colaboración entre redes sociales, operadores de juego y reguladores para crear entornos digitales más seguros. Alinear incentivos y establecer límites claros puede reducir los daños sin perder el interés de esta generación tan influyente.